Las relaciones son, o deberían ser, un apoyo para nuestra vida. Las
relaciones suponen, o deberían suponer, un intercambio de felicidad y
amor. Las relaciones armónicas son la base para crear, generar y
realizar proyectos en común. Gracias a la cooperación, logramos nuestros
objetivos.
Hoy, cuando pregunto a la gente cuáles son los diferentes factores que
causan estrés, preocupaciones y sufrimiento, una de las principales
respuestas se centra en las relaciones. Las relaciones se han convertido
en una causa de atadura y dolor. En vez de confianza parece que domina
el miedo. En una relación de amor -sea familiar, sea de amistad- el
miedo nos impide desarrollar y expresar todo nuestro potencial, con lo
que dejamos de ser nosotros mismos y tememos compartirnos abiertamente.
Debido a las carencias afectivas y a la falta de autoestima, para
aprender a querernos necesitamos que otra u otras personas nos valore,
nos aprecien, nos necesiten, nos quieran. Aun así, no acabamos de
aprender a querernos a nosotros mismos y seguimos dependiendo y
preocupándonos, por lo que los demás puedan decir, pensar o sentir sobre
nosotros.
Tienes miedo a la respuesta de los demás, temes que te digan algo que te
hiera. Estos temores surgen de la dependencia emocional y afectiva con
esa o esas personas.
Con esta dependencia entramos en una dinámica de complacer a los demás
para que sigan apreciándonos. Basamos nuestra autoestima y seguridad
personal en el aprecio de esas personas. Dejamos de actuar de manera
natural, libre y espontánea porque nos preocupa complacer a aquel de
quien estamos tomando un apoyo, sea mental, emocional o físico.
En esta dinámica de dependencia entra el miedo: miedo a perder el apoyo
de esa persona, miedo a que se enfade, miedo a que deje de apreciarnos,
miedo a que deje de apoyarnos, miedo a que dejemos de gustarle, miedo a
que nos rechace, etc. Ese miedo es una señal que nos advierte de
nuestras carencias afectivas y de nuestra falta de autoestima.
Hay personas que, después de entrar en una dinámica de dependencia y de
sufrir por ello, dejan esa relación con el objeto de librarse de la
angustia que les provoca. Luego entran en otra relación, en la que
vuelven a general esa misma dinámica. La solución no está en un cambio
de relación con otra persona, aunque en ocasiones eso pueda ayudarnos.
Si internamente no cambiamos esa dinámica y no aprendemos a tener una
base sólida de autoestima, seguiremos dependiendo del aprecio y el
afecto de los demás, para apreciarnos y amarnos a nosotros mismos.
A no ser que aprendamos y logremos liberarnos de esta tendencia a
depender, seguiremos teniendo carencias afectivas y emocionales, y un
vacío interior.
Al depender de alguien es como si le diéramos permiso de manejar,
dominar y entrar en nuestro corazón y en nuestra vida hasta el punto en
que, en algunos momentos, nos sentimos vulnerables, heridos o
decepcionados por ella.
Debemos aprender a querernos para no seguir dependiendo y preocupándonos
por la opinión de los demás. Ninguna persona puede satisfacer nuestras
carencias al 100%; una nos ayudará en un aspecto y otra en otro, pero
cuando la relación se convierte en una dependencia y una atadura, esa
ayuda a veces se vuelve en contra nuestra.
Como resultado aparece el miedo, que se expresa en forma de
preocupaciones, ansiedad, angustia y tensión. Estas emociones surgen
siempre de alguna forma de apego y no sólo agotan nuestra energía sino
que, con el tiempo, polucionan nuestras relaciones. Donde encontramos la
energía negativa de tales emociones en nuestra vida, la solución
siempre es desapegarnos.
Depende de tí lo que consumes, lo que haces de tu vida y cómo la
enfocas. Lo que pasa dentro de uno lo decide uno mismo, siempre que no
tenga dependencias hasta el punto que permita que otras personas le
influyan. Las dependencias hacen que permitas que esas personas manden
sobre tu vida. Eres tú quien ha colaborado a que se generen y lo estás
permitiendo, e incluso a veces sigues nutriendo la dependencia. No te
quejes de tu propia creación.
Reflexiona lo que pasa con tu amor. Si estás con una persona que por
amor te agobia, te controla y te exige, ¿cuánto vas a aguantar y a qué
precio?. Tú puedes ser libre y feliz. Si no hay libertad no hay
felicidad y ¿qué sentido tiene vivir amargado toda la vida?.
Aprende el arte de amar y de ser libre, sin miedo, sin frustraciones.
Para ello necesitas cultivar el arte de la flexibilidad, de adaptarte al
cambio; has de ser tolerante, lo cual no significa aguantar, sino
comprender al otro y amoldarte a la situación sin perder tu propia
integridad y dignidad. Si para amoldarte a la situación o a otra
persona, a sus exigencias, sus dependencias, has de perder tu dignidad,
eso no es amoldarse, sino caer en su influencia, incluso puede llegar a
ser sumisión, en la que estás en un estado de víctima.
¿Es posible amarnos y ser libres al mismo tiempo?. Sí.
Para alcanzar ese estado en una relación se requiere de una gran
sabiduría. La mayoría de las personas se aman y se atan. Así pierden su
libertad. cuando se pierde la libertad, se aleja la felicidad, y el
verdadero bienestar da paso al malestar.
Para liberarnos de la tendencia a depender, debemos tener un corazón
fuerte, capaz de renunciar a su egoismo; un corazón que no tenga nada
que esconder y que, por consiguiente, deje a la mente libre y sin ningún
temor; un corazón que esté siempre dispuesto a aceptar nuevos datos y a
cambiar de opinión, que no se aferre a creencias cerradas, a datos
obsoletos. Un corazón que cultive buenos sentimientos, limpio de rencor.
Cultivando los verdaderos valores -la paz, la serenidad, el amor, la
libertad, la solidaridad-, superaremos las carencias, nos sentiremos más
fuertes y alcanzaremos la plenitud. Un corazón así acaba convirtiéndose
en una lámpara que disipa la oscuridad.
Atreverse a vivir. Relexiones sobre el miedo, la valentía y la plenitud.
Miriam subirana.